Hace unas décadas satanizaron la televisión, se le llamo la caja idiota, enajenante, escuela de crímenes, fabricante de individuos pasivos, sedentarios e incomunicados con sus semejantes. Anteriormente el cine sufrió el mismo ataque y ahora le toca el turno a los videojuegos. Mentes cortas con plumas largas actúan rápidamente para despreciar toda nueva tecnología.
¿Por qué esa búsqueda minuciosa y exhaustiva de títulos para demonizar? Videojuegos que nunca han pretendido más que entretener, ahora son objeto de pretensiones inquisidoras de censura. Mejor publiquen sus virtudes, alaben sus cualidades educativas para la escuela, de simulación para la medicina, los negocios; de entrenamiento para discapacitados y, porque no, de esparcimiento y diversión.
Los videojuegos representan uno de los accesos más directos por parte de los niños a la cultura de la informática. Aunque muchos niños y adolescentes los utilizan, son muy pocos los empleados por los educadores que desaprovechan una potente herramienta educativa.
Si nadie discute el valor educativo de los juegos, ¿por qué los profesores rechazan el papel de los videojuegos como un elemento de interés educativo? ¿Por qué no son utilizados en los centros escolares? ¿Qué hay que hacer para incorporar los videojuegos en la escuela?
Las escuelas muestran un gran desfase tecnológico en relación con el resto de la sociedad. Clases aburridas, profesores aburridos que pasan el día hablando, libros llenos de letras en un mundo de imágenes, actitudes pasivas como sentarse frente a una pizarra sin mayor atractivo que unas tizas chirriantes. Ya es hora de introducir el videojuego en la escuela y hacer buena la máxima de “más vale una imagen que mil palabras”.